
Estas pequeñas aberturas en la pietra serena, con sus puertezuelas de madera desgastadas por el tiempo, son todavía visibles en los palacios nobles de Florencia. Son las buchette del vino, una de las tradiciones más curiosas y fascinantes de la ciudad.
Nacieron en pleno Renacimiento, cuando el comercio que había hecho poderosa a Florencia entró en crisis y las grandes familias aristocráticas optaron por convertir su riqueza en vastas haciendas agrícolas.
El cultivo de la vid se impuso rápidamente, marcando el inicio de una historia que sigue corriendo por las venas de Toscana.
Al principio, estas pequeñas aberturas practicadas en las fachadas de los palacios nobles y del tamaño de una botella grande con mimbre, tenían una función precisa: que el vino pasara del mundo aristocrático de los palacios a la vida cotidiana de la ciudad, un gesto sencillo y a la vez extraordinario de intercambio y convivencia.
En Florencia hay unas 170, algunas bien conservadas y otras casi invisibles, camufladas en el entramado de las callejuelas.
En los últimos años, gracias a la labor de la Associazione Buchette del Vino muchas han sido inventariadas, señaladas con placas y descritas en publicaciones y visitas guiadas.
Hoy, algunas de ellas han renacido: bares, vinotecas e incluso heladerías sirven copas y productos artesanales a través de estas portezuelas, ofreciendo a los visitantes una experiencia única y auténtica.
Las bodegas no son sólo rarezas arquitectónicas, sino fragmentos de la historia de Florencia que desde hace siglos sorprenden a quienes pasean por las calles del centro y hablan de sagas, tierras y convivencia, invitando a mirar la ciudad con ojos más atentos y curiosos.
Para más información, consulta el sitio web del Ayuntamiento de Florencia y accede al mapa completo de portezuelas.