En Toscana, escondido en los bosques de Montaione, se encuentra uno de los destinos más fascinantes para los amantes de combinar naturaleza, arte y espiritualidad: la Jerusalén de San Vivaldo. Este extraordinario complejo de capillas, también conocido como el Sacro Monte de Toscana, es mucho más que un simple lugar religioso: es un viaje simbólico, un mapa del corazón y de la fe, trazado entre los árboles y el silencio de la Selva de Camporena.
Fue la comunidad de Montaione, en 1487, la que ofreció a los frailes franciscanos este bosque místico, donde primero se construyó una pequeña iglesia dedicada a Santa María de la Asunción y a San Francisco, y luego, en las décadas siguientes, un sistema de capillas inspiradas en los lugares santos de Jerusalén. La idea era audaz: ofrecer a los peregrinos que no pudieran hacer el viaje a Tierra Santa una experiencia igual de intensa y atractiva quedándose en Toscana.
El complejo se distribuye según un orden topográfico e iconográfico preciso, calcado de la Jerusalén terrenal. Las diecisiete capillas actuales (originalmente estaban previstas treinta y cuatro) están conectadas simbólicamente con las etapas de la Pasión de Cristo. Pero lo que hace único a este lugar es la forma en que toman cuerpo las historias sagradas: cada capilla alberga extraordinarios grupos escultóricos de terracota policromada, obra de artistas vinculados a los talleres de Giovanni della Robbia, Benedetto Buglioni y Agnolo di Polo, este último formado en la escuela de Verrocchio.
Estas esculturas no son meros adornos, sino verdaderas representaciones teatrales tridimensionales: figuras de tamaño natural que parecen emerger de la tierra para involucrar a los visitantes en una narración viva y emocionante. Es un teatro sagrado, donde uno no se limita a mirar: participa entrando en escena, convirtiéndose en testigo del misterio.
Entre las capillas más llamativas se encuentran el Monte Sion, con la Última Cena y Pentecostés, la Casa de Ana y la Casa de Caifás, las escenas del Camino del Calvario y la Crucifixión y, por último, el Santo Sepulcro. El recorrido termina idealmente en la Capilla del Noli me tangere, donde María Magdalena reconoce a Cristo resucitado. Un gesto que sella todo el viaje: del sufrimiento a la esperanza, de la muerte a la resucitación.
Visitar San Vivaldo no es solo una experiencia cultural, sino también un acto interior. Aquí, la naturaleza abraza la fe, el arte se convierte en narración y el bosque en un santuario extenso, donde cada paso es una oración silenciosa y cada mirada capta lo maravilloso. San Vivaldo es una invitación a bajar el ritmo, a escuchar, a reencontrar un sentido. Es un lugar que habla a la mente y al corazón, un pequeño milagro de belleza y armonía inmerso en la Toscana más auténtica.
Info: montaioneintuscany.it